Exposición colectiva

Nocturnos

06 abril - 02 junio de 2024

CAC Vélez-Málaga Francisco Hernández | Vélez-Málaga, Málaga, España


HOJA DE SALA

NOCTURNOS DE ARTISTA. ARTISTAS NOCTURNOS.

Breve preámbulo.

Noche, nocturnidad, noctámbulo, noctívago. La relación del arte y los artistas con la noche, en tanto que ámbito de realidad y de trabajo o en cuanto que espacio simbólico, se despliega en dos vertientes: una vital, autorreferencial y otra metafórico-temática. Vertientes que a veces confluyen y en ocasiones divergen, aunque siempre se entrecruzan en el mismo o en contrario sentido. En ese primer ámbito, por un lado, el caer de la noche acalla las distracciones y ajetreos que conlleva el día, permitiendo el silencio que requiere la concentración en el trabajo. Por otro, la noche aparece cual fuente de tentaciones que separan al creador de su íntimo laborar.

La noche es también fuente inagotable de asuntos y argumentos: desde los epítomes de la soledad o la introspección espiritual hasta manifestación luminosa de las excrecencias de la vida alegre y fútil. Los ejemplos que se pueden traer hasta estas páginas son innumerables y plasmar unos u otros en un texto depende de los intereses de quien lo suscriba, desde las místicas y silentes representaciones de George de La Tour hasta los mundanos y urbanos desamparos que reflejan algunas obras de Edward Hopper. Nos quedamos, puestos a elegir, con un poco conocido lienzo que plantea ciertas conquistas e incertidumbres en muchos de los campos antes expuestos.

Bien es sabido que, aunque sea menos conocido, Daniel Vázquez Díaz produjo un número limitado de obras durante su primera estancia parisina en las que asimilaba la dicción modernista, con resabios postimpresionistas, costumbristas, donde la cartelería de Toulouse-Lautrec se dejaba sentir, producción que poco tendría que ver con la que posteriormente le concediera fama internacional. Esa obra es Aves nocturnas, lienzo de breves dimensiones pintado en 1907. Lo protagonizan dos mujeres primorosamente ataviadas, tras las cuales, sobre un vibrante fondo azul, cruza la escena un cansado hombre anuncio que publicita un mensaje incomprensible. ¿Vuelven de fiesta o salen en busca de esta? ¿Sonríen, alegres, o son muecas de cansancio lo que muestran? Una de ellas entorna los ojos de su pálido y demacrado rostro, deslumbrada por la luz. ¿Fulgor de un nuevo día que las sorprende o iluminación nocturna que anticipa una vida otra? Nunca lo sabremos con certeza. Recuérdese que en la ciudad de la luz, que había ido progresivamente cambiando durante el siglo XIX en el alumbrado público las luces de gas por las eléctricas, se habían alzado no pocas voces disconformes por eliminar una iluminación cálida por otra de tonalidades más brillantes y frías. Los impresionistas y postimpresionistas supieron plasmar esa nueva vida urbana y doméstica, con sus luces, brillos y sombras, como quedó plasmado en la interesante exposición Electric Paris, que se desarrolló en el Sterling and Francine Clark Art Institute de Massachusetts hace ahora una década.

Artistas y lenguajes.

Una selección de artistas tan amplia como esta, más allá de suponer una mayor complejidad para quien aborda un texto que la cohesione, permite evaluar con mayor perspectiva las derivas por las que transita la creación andaluza y española en la actualidad. Una selección de amplio espectro, treinta creadores, entre la que podemos discernir distintas líneas de actuación.

Una de ellas podría quedar definida bajo el lema La mirada nocturna a la arquitectura, puesto que ello, lo edilicio, cobra una dimensión distinta con la luz artificial. Ángel Alén, a partir de fotografías que reinterpreta mediante el dibujo, nos lo muestra en Fala Oporto, retablo cromático. En un mismo rango plástico pero a una considerable distancia en lo conceptual, Fernando Bayona, eliminando el habitual registro de la presencia humana, capta en Motel Capri exterior una realidad edilicia de la serie Out of the blue. Dentro de una mirada topográfica, híbrida, Luis Acosta, edifica una instalación –La larga noche de Miguel Fisac- que se detiene en la forma y en su correlación con respecto al espacio. María Luisa Beneytez, en Holy Night, aporta una mirada superficialmente más ingenua, uniforme, en torno a una arquitectura idílica pero que esconde en su interior acontecimientos que, como espectadores, se nos son hurtados. Deriva, de Rafael Alvarado, obra de largo proceso creativo, demuestra que los registros de la pintura constructiva aprehendidos en los proteicos años 80 vuelven a emerger, de complejas formas, pinceladas empastadas y cromatismos contenidos.

Son las sombras campo propicio para la subversión de los pulsos de la cotidianidad. En ellas se descubren lo que podríamos denominar Los fantásticos mundos en la noche. Siguiendo los preceptos de la fotografía escenificada, la mise en scene de Jesús Chacón en In-comunicados, saca al exterior la domesticidad, haciendo del acontecimiento habitual un hecho excepcional remarcando la casuística que lo provoca mediante el misterio. Lourdes Campos hace transitar sus imágenes por la lábil frontera que separa lo natural de lo artificial. Yoru, tras una apariencia estética amable, esconde algo siniestro y extraño. Festival cromático, lúdico, es el que José Antonio Vallejo despliega, en Es lo que queremos ver, mundos fantásticos, sexualmente sugerentes, desvelados e imaginativos que, desde el punto de vista de la construcción pictórica, subvierten directrices de la ortodoxia. Ficus, de Óscar Martín Marzo, con el gran árbol hispalense del interior del atrio de la trianera iglesia del convento de San Jacinto transformado en el Árbol del Ahorcado, territorio imperecedero donde habitan Peter Pan y los Niños Perdidos. Cual luciérnaga, el anónimo personaje del óleo de Diego Cerero se siente atraído por una bombilla incandescente, ajena al ridículo que supone la situación e inconsciente del peligro que ello conlleva.

En la lírica profundidad de los oscuros universos se mueven las obras de Ruth Morán y de Simón Zabell. La creadora extremeña continúa en su feraz línea de suspender universos sobre la oscuridad de lo eterno, que en un principio evocaban elementos fitomorfos o textiles, y que han evolucionado hacia evocadoras constelaciones en las que se reflexiona sobre la tensión entre vacío y presencia. Mientras, Zabell, fusiona bajo estructuras poéticas y pautadas los cielos del Pacífico con las últimas composiciones musicales de la Familia Real de Hawai’i, durante su declive y desaparición. Marisa Mancilla, con las debidas singularidades, podría ser encuadrada dentro de este mismo y artificial marco. Desde la luminosidad y la geometría compleja de la naturaleza, elabora tramas  y ságomas regulares que, al desplegarse, se van desconfigurando, descomponiendo, desvaneciendo. El tondo Todo, de Sebastián Navas (ya el formato elegido refleja una complejidad en la transmisión de las intenciones del artista) se mueve entre la proyección de una constelación de estrellas florales (sobre nuestras cabezas) o una imagen cenital del suelo que con nocturnidad alumbramos para proseguir la senda (bajo nuestro pies).

Arte que mira al arte y su vicisitud, orígenes e historia: La mirada contextual. La auscultación de la figura del artista, la entidad de su presencia o ausencia, el reconocimiento del lugar y de la responsabilidad en sociedad, están en la génesis de Autorretrato ausente de Cayetano Romero. En dirección distinta caminan las producciones de otros creadores. El singular material –la plastilina- y el tratamiento del mismo, condiciona la mirada pictórica –entre comillas- hacia la historia del arte de Rafael Jiménez en ST (Camino rural en la Provenza de noche, Van Gogh), con la melancolía que hace desvanecer la fuente real en la memoria. Ángel Pantoja, por su parte, usa de una imagen escultórica helenística, transformada digitalmente, como excusa para arrastrar las mitologías del pasado hacia poéticas del presente.

Quizá el capítulo más extenso y con mayores ramificaciones es aquel que podríamos denominar Espacios entre el sueño y el íncubo. El miedo que provoca la noche supone también una sublimación de aquel y un espacio propicio para la toma de conciencia de los terrores que nos abruman. Los súcubos nocturnos de Bea Sánchez se manifiestan en su condición de artista-mujer y de artista-madre como una persona demediada (como los Gramo y Buono de Ítalo Calvino) o, incluso, multiplicada en los diversos roles reunidos en un mismo ser complejo y agotado. La escultura en cerámica de Anna Jonsson, con una importante carga de denuncia de la situación de la mujer en la sociedad, siempre con una mirada irónica, descarnadamente cruel, muestra un autorretrato en conflicto entre la dictadura religiosa (chador) y la dictadura hetero-patriarcal (falo). Una mano anónima muestra el recortable de unas rosas. Algo de incomodidad se vislumbra con la actual situación social, incapaz de distinguir entre lo natural y lo artificial en Jardin I de Noelia García Bandera.

Las indefinibles, iconoclastas y protéicas video-creaciones de María Cañas, nos acercan a la paranoica producción de imágenes de nuestras sociedades, siempre desde una mirada desacomplejada, tan irónica como terrible, tal y como sucede en Dios se ríe en las alturas. El miedo a lo que ha de venir, una inteligencia artificial que transforme las relaciones humanas en satisfactorios solipsismos con la máquina, es la premisa –no ajena a cierto talante humorístico- en el lienzo de Juanma Moreno Sánchez.

Otro estadio lo conformarían los Paisajes nocturnos. Sutil, casi en un proceso de desaparición de la imagen, (al igual que hacía en Dear Darkness, título homónimo al del tema de P. J. Harvey de su álbum White Chalk) es From the Morning, obra de Fátima Conesa esta vez inspirada en el cantautor de culto Nick Drake. Trascendentes y con una gran carga pictórica son los paisajes de Irene Sánchez Moreno. La búsqueda de cierta sublimidad que impone barreras con respecto al espectador se manifiesta en Hoguera en el claro. Frente a lo anterior, José Luis Valverde se recrea en el detalle en Rosario perdido, en la anécdota pintoresca y extraña que emerge de la espesura. Rojo Indio de Alba Cortés lanza un fogonazo de luz hacia esa realidad sólo intuida tras una oscuridad que nos rodea, para terminar descubriendo que está llena de vida.

Dentro de estos márgenes, cabría hacer un breve alto en las singularidades que presentan las obras de Jesús Zurita y Magdalena Bachiller. Tras la apariencia del detalle paisajístico, en sus obras bulle algo de orgánico, de calor sexual en blanco y negro, de lascivia morfológica en la frondosidad y en la feracidad natural.

Lo instalativo (que bien podría denominarse Instalaciones con nocturnidad) se cuela también en la selección con dos piezas de gran valía de dos autores muy concienciados con la defensa medioambiental y preocupados por la sociedad de consumo de cuyos desperdicios, de cuyos pliegues, extraen el material –físico y temático- para sus creaciones. Desde unas posiciones críticas que no excluyen ni la denuncia global de la realidad sociopolítica ni una cáustica mirada contextual hacia el entorno artístico, la obra de Rodrigo Martín Freire se manifiesta como un vehículo ambivalente que visibiliza los restos y los rastros de los hipertrofiados procesos de comunicación global en las actuales sociedades capitalistas.  Veredas López, por su parte, construye con desechos atractivas estructuras morfo-cromáticas, en cuya belleza y fragilidad se encierra la superficial tragedia del discurso consumista.

Siguiendo una línea diferente dentro de ese mismo medio, Olga Albillos, con la instalación Homo-Lumo, busca la interacción de la luz artificial con la presencia humana, allí donde el espectador se descubre a sí mismo como objeto de indagación y estudio.

Finaliza este texto, breve retazo inconexo de una mera aproximación a una realidad dada, en un tiempo inconcluso. Como el “tiempo disecado”, en sus propias palabras, que nos lega Victoria Maldonado, en sus trabajos con croché, con porcelana o cristal, retazos y huellas de cuerpos, pieles, excrecencias como en La lágrima y el pincho: escena 1. Con cerámica esmaltada y espejo crea Rocío Rivas retículas orgánicas, excrecencias prehistóricas proyectadas hacia una ficción futura. Una doble medida del tiempo, el tiempo del acto de la creación, fase medible, y el tiempo de la recepción de la obra, de su interpretación, de su viaje en solitario alejado de su demiurgo, lapso inconmensurable.

Iván de la Torre Amerighi

Málaga, marzo de 2024

Artistas

  • Luis Acosta (Mijares, Ávila, 1952).

  • Olga Albillos (Sevilla, 1991).

  • Ángel Alen (Sevilla, 1974).

  • Rafael Alvarado (Málaga, 1957).

  • Magdalena Bachiller (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1963).

  • Fernando Bayona (Montizón, Jaén, 1980).

  • María Luisa Beneytez (Sevilla,1980).

  • Lourdes Campos (Córdoba, 1990).

  • María Cañas (Sevilla, 1972).

  • Diego Cerero Molina (Valverde del Camino, Huelva, 1987).

  • Fátima Conesa (Algeciras, Cádiz, 1977).

  • Alba Cortés (Cáceres, 1991).

  • Jesús Chacón (Marbella, Málaga, 1975).

  • Noelia García Bandera (Málaga, 1974).

  • Rafael Jiménez (Córdoba, 1989).

  • Ana Jonsson (Skelleftea, Suecia, 1961).

  • Veredas López (Sevilla, 1982).

  • Victoria Maldonado (Málaga, 1989).

  • Marisa Mansilla (Granada, 1972).

  • Rodrigo Martín Freire (Sevilla, 1975).

  • Ruth Morán Méndez (Badajoz, 1976).

  • Juanma Moreno Sánchez (Alcalá la Real, Jaén, 1986).

  • Sebastián Navas (Málaga, 1959).

  • Óscar Ortiz Marzo (París, 1975).

  • Ángel Pantoja (Sevilla, 1966).

  • Rocío Rivas Gaviño (Marbella, Málaga, 1981).

  • Cayetano Romero (Palos de la Frontera, Huelva, 1960).

  • Bea Sánchez (Jaén, 1986).

  • Irene Sánchez Moreno (Granada, 1983).

  • José Antonio Vallejo (Madrid, 1984).

  • José Luis Valverde (Málaga, 1987).

  • Simon Zabell (Málaga, 1970).

  • Jesús Zurita (Ceuta, 1974).

Comisariado por:
Mª Rosa Jurado Sánchez y Anabel Zunino Delgado.


Contáctenos para recibir cualquier información adicional.