Irene Sánchez Moreno

ARTESANTANDER

16 - 20 julio 2022

Booth 34 | Palacio de Exposiciones y Congresos, Santander, Cantabria


NOTA DE PRENSA

Irene Sánchez Moreno participa en ARTESANTANDER con la galería malagueña Eldevenir Art Gallery

Duración: Del 16/07/22 al 20/07/22

Artista: Irene Sánchez Moreno

Texto: Noemí Méndez

Lugar: Palacio de Exposiciones y Congresos. Calle Real Racing Club, 3. 39005, Santander, Cantabria

Inauguración: Sábado 16 de julio, 17.00 h

Horario: De 17:00 a 21:30 horas. Entrada gratuita.

La galería malagueña de arte contemporáneo Eldevenir Art Gallery consolida su plaza participando por tercer año consecutivo en la prestigiosa Feria Internacional de Arte Contemporáneo ARTESANTANDER. Considerada la feria más importante después de ARCO, la santanderina celebrará este año su edición número 30. Continuando con el formato diferenciador de esta feria, los proyectos de un solo artista por galería, el comité de selección formado por: Alejandro Alonso Díaz, (Santander 1990), Javier Díaz Guardiola (Madrid, 1976), Vanessa H. Sánchez, María Regina Pérez Castillo, (Loja, Granada, 1989) y Carmen Quijano, (Santander, 1976), ha elegido las 42 galerías participantes de entre las 85 propuestas recibidas.

Eldevenir presenta “Por sendas de montaña”, de la artista Irene Sánchez Moreno (Granada, 1983). En el proyecto se mostrarán una selección de siete obras de óleo sobre lienzo de mediano y gran formato. La artista granadina redefine la idea romántica de la tradición paisajística en la pintura contemporánea destilando de su trabajo, con total verdad, la esencia de una concienzuda investigación moral, que busca reivindicar ciertos valores en crisis, tanto en el individuo como en la sociedad, así como una investigación también formal y vital en torno a la naturaleza.

Paisajes atemporales que parecían sólo formar parte del fondo de la escena, habitados por figuras contemporáneas para, posteriormente, pintar paisajes infinitos pero delimitados por elementos que indican la presencia o rastro humano y terminar convirtiendo esa constante del paisaje en lo principal, en la verdadera intención de su obra, en el protagonista absoluto del corpus de su obra actual. Al igual que en el Renacimiento se comenzó ese descubrimiento de la belleza de la naturaleza por sí misma (no sólo su función como fondo), Irene ha ido paso a paso repitiendo esos hallazgos históricos en su trayectoria, hasta llegar al momento actual, a esa citada idea romántica por la que utilizar el paisaje como narración del emocionario individual y colectivo en su tratamiento, donde nos muestra cómo el paisaje puede pasar de ser sacrificado a ser por completo el tema principal, un descubrimiento por sí mismo, convirtiéndose ahora en el lenguaje de su engranaje vital.

Una de las claves de la pintura de Irene es que se ha vuelto claramente silenciosa, se ha convertido en una especie de capilla abierta en la que recogerse y encontrarse con el vacío, sin bullicios, sin ese rastro humano que antes contenía y, con ese silencio, podemos encontrarnos a nosotros mismos, escuchar lo que de verdad tenemos que decir a nosotros mismos, un silencio que nos ayuda a avanzar. Este silencio debe ayudarnos a comprender que el ruido exterior, el que nos ensordece en la civilización en la que estamos, no nos permite actuar con verdadera naturalidad, con nuestra esencia de ser, con nuestra auténtica verdad y es que, como decía John Berger, el silencio no miente. Y es con esta verdad con la que debemos acudir a las pinturas de Irene, con la verdad del silencio, de la ausencia de contaminantes externos que nos indiquen esto o aquello que la artista nos quiere reflejar, pues la verdad sólo está en nosotros mismos. Irene nos invita a reflexionar sobre la naturaleza, con una visión alarmante pero esperanzadora y luminosa, alertándonos de cuidar nuestra casa interior para retomar el cuidado del espacio exterior, y que lo material, lo aparente, carece de sentido si carecemos de lo más básico y así, retomando a Thoreau, recordarnos de qué sirve una casa sino se cuenta con un planeta tolerable donde situarla.

Irene Sánchez Moreno es Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Granada en 2005. Con la pintura y el paisaje como eje de su producción artística, es una de las artistas más destacadas de su generación. Ha participado en numeras exposiciones individuales y colectivas en galerías y museos de buena parte del circuito artístico nacional, como el Palacio de los Condes de Gabia (Granada), Centro Damián Bayón (Granada), Casa Pinillos del Museo de Cádiz (Cádiz) y el CUC Centro Unicaja de Cultura de Antequera (Málaga), entre otros. La obra de Sánchez se encuentra con colecciones privadas como CAC Málaga (Málaga), Fundación Focus-Abengoa, Fundación Unicaja, Fundación Rodríguez-Acosta (Granada), Real Academia de Historia y Arte de San Quirce (Segovia), Departamento de pintura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Granada y el Departamento de pintura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia.


Cabaña verde, 2022. Óleo sobre lienzo. 130 x 162 cm

Piedemonte, 2019. Óleo sobre lienzo. 130 x 162 cm

Cirros, 2018. Óleo sobre lienzo. 81 x 100 cm

Migración, 2019. Óleo sobre lienzo. 50 x 73 cm

Descanso, 2022. Óleo sobre lienzo. 30 cm de diámetro

Próxima montaña, 2022. Óleo sobre lienzo. 30 cm de diámetro

Hoguera, 2022. Óleo sobre lienzo. 30 cm de diámetro


HOJA DE SALA

Noemí Méndez Fernández 

“Cierra el ojo corporal para que puedas ver primero la imagen con el ojo espiritual. A continuación, haz salir a la luz lo que has contemplado en la oscuridad, para que ejerza su efecto en otros de fuera hacia adentro”.

Caspar David Friedrich

«Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido».

Henry David Thoreau

Las citas elegidas para encabezar este texto no pueden indicar mejor los dos parámetros por los que se mueve el trabajo de Irene Sánchez Moreno; una de Caspar  David Friedrich, referente ineludible si pensamos en la pintura de paisaje a lo largo de la historia del arte y, más aún, en la idea romántica que del mismo se tiene a lo largo del siglo XIX; y otra, la extraída de Walden de Henry David Thoreau, filósofo del mismo  siglo que indagó en la búsqueda del ser humano de forma íntimamente ligada a la naturaleza.

Hablar de la tradición paisajística en la Historia del Arte cuando hablamos del trabajo de Irene Sánchez Moreno (Granada, 1983) podría parecer una obviedad, pero las obviedades no deben ser miradas con el prejuicio de lo ya sabido, de lo que ya no hace falta repetir, sino como verdades irrefutables y certeras que pocas veces se escapan de la norma y que, por ello, se han ganado el convertirse en algo incuestionable. La artista granadina redefine la idea romántica de la tradición paisajística en la pintura contemporánea destilando de su trabajo, con total verdad, la esencia de una concienzuda investigación moral, que busca reivindicar ciertos valores en crisis, tanto en el individuo como en la sociedad, así como una investigación también formal y vital en torno a la naturaleza.

Si analizamos la evolución de su obra, vemos como cada una de las máximas del paisaje y su función a lo largo de la Historia del Arte se han ido cumpliendo formalmente, hasta llegar éste a ser el protagonista absoluto de sus obras. Paisajes atemporales que parecían sólo formar parte del fondo de la escena, habitados por figuras contemporáneas para, posteriormente, pintar paisajes infinitos pero delimitados por elementos que indican la presencia o rastro humano y terminar convirtiendo esa constante del paisaje en lo principal, en la verdadera intención de su obra, en el protagonista absoluto del corpus de su obra actual. Al igual que en el Renacimiento se comenzó ese descubrimiento de la belleza de la naturaleza por sí misma (no sólo su función como fondo), Irene ha ido paso a paso repitiendo esos hallazgos históricos en su trayectoria, hasta llegar al momento actual, a esa citada idea romántica por la que utilizar el paisaje como narración del emocionario individual y colectivo en su tratamiento, donde nos muestra cómo el paisaje puede pasar de ser sacrificado a ser por completo el tema principal, un descubrimiento por sí mismo, convirtiéndose ahora en el lenguaje de su engranaje vital.

Vivimos en un momento histórico en el que el paisaje es tratado con un gran respeto, pero también un continuo cuestionamiento. El paisaje, como concepto en sí mismo, hace que cambie nuestra manera de mirar la naturaleza o nuestro entorno urbano: el modo de representarlo, acotarlo, interpretarlo, lejana ya a la verdadera naturaleza pictórica del mismo. Y así, sumado a las tendencias propias del arte, que siempre se cuestionan a sí mismas, muchos artistas contemporáneos -podríamos citar un gran número, pero parece interesante recalar en las figuras de Santiago Talavera, Ángel Masip, Santiago Giralda, Jesús Zurita, Julio Sarramián, Javier Garcerá o Perejaume, por citar algunos parámetros muy diferentes para entender lo extenso de las investigaciones en torno a él– le conceden un lugar privilegiado dentro de la pintura. Las investigaciones artísticas contemporáneas entorno a este, que podrán analizarse con perspectiva cuando pasen unos años configuran un paisaje tratado con el respeto y la idea de ser motivo principal convertido en el reflejo no sólo de la naturaleza como elemento, sino de los sentimientos del alma del individuo, representando la esencia del ser humano y las emociones del corazón, totalmente irracionales. Estos paisajes contemporáneos, en su forma de ser interpretados, van representando aquellos sentimientos que son más acordes con nuestra psicología, o con nuestra forma de entender la naturaleza; el paisaje puede estar cargado de dramatismo, de serenidad, o simplemente ser algo totalmente sublime o terrible, y como rezaba Dē rērum natura (nombre escogido además para una de sus exposiciones), lo que llega a saber el hombre proviene sólo de los sentidos y de la razón1; la función estética de sus piezas traspasa a la función ética y a la reflexión emocional.

Pero vamos un poco más allá, Irene parece haber encontrado un equilibrio casi místico entre el Yin-Yang, entre belleza y catástrofe, entre tierra y cielo, entre lo femenino y lo masculino, entre materia y espíritu, y se adentra en ese hallazgo suyo para ahondar, con él, con todas sus herramientas de investigación emocional y su paleta pictórica (cargada de matices abruptos, fácilmente diferenciables, que curiosamente crean colores fundidos entre sí, llegando a interferir unos con otros, en un desenlace que produce un efecto casi impresionista a nivel formal) e interiorizar con cada pincelada la naturaleza y más allá, la naturaleza de las cosas. Como si cada pincelada fuese una pequeña esencia de verdad y de universo, contenida en un trazo que, unido a otros, genera una alquimia con la que destilar esencia y verdad universal. Mediante sus imágenes, Irene parece querernos recordar lo poético del universo, lo efímero de nuestra presencia ante la majestuosidad de lo que nos contiene, o las reflexiones contenidas en Dē rērum natura entendiendo, además, en ese plano místico que destila su pintura, que cuando uno se muere, los átomos del alma y los átomos del cuerpo continúan su esencia dando forma a las rocas, lagos o a las flores2 y que cada uno de nosotros formamos parte de ese contenedor natural del que nos nutrimos y al que finalmente volvemos. De este modo, todo se convierte en eterno en las pinturas de Sánchez Moreno, porque si en algo se adentra la artista es en el origen y la esencia de las cosas, llevando al espectador (protagonista ausente de sus piezas) a encontrarse tanto con sus miedos como con sus emociones. Sentimientos o síntomas tan contradictorios como la kenofobia, la agorafobia, la paz, la tranquilidad, el sosiego o la comunión con uno mismo o,  por qué no, el síndrome de Stendhal –al tratar la artista el paisaje como obra de arte en sí–, por los que el espectador puede pasar ante las pinturas de Irene, pero desde luego, el paisaje no quedará como mero fondo del tránsito vital, sino como el protagonista real por el que el transitar efímero de nuestra mirada y nuestra presencia se convierten en meras anécdotas.

A primera vista, en esta parte intangible de la investigación plástica de Irene, no queda otra que rendirnos ante lo que podría ser toda una reflexión filosófica, ética, una indirecta crítica a la sociedad, a la civilización, a la política, al desencuentro y menosprecio de sus congéneres con aquello que les otorga vida; ese es el murmullo latente que se destila de su trabajo, ya que cuando uno se encuentra con estas piezas, inevitablemente, debe ponerse en situación de dialogar con ellas, de sentirse protagonista y adentrarse en lo que la artista nos propone, con el misterio de no saber claramente cuál es su intención: ¿Sumergirnos en lo bello, en lo estético?, ¿En lo terrorífico?, ¿En la inmensidad del universo?, ¿Crear una consciencia de la importancia real del humano en el espacio que lo contiene? Irene parece ser una descendiente directa de Thoreau, que decepcionado de la sociedad se refugia en el campo para vivir en contacto con los elementos de la naturaleza, pájaros, peces, los bosques…, y se enfrenta con sus manos al mundo exterior, sin más contacto que el conocimiento adquirido pero analizando las cosas desde su lenguaje: la pintura. La granadina parece ser consciente de que el hombre sólo puede ser feliz si no olvida en su peregrinar por el universo el contacto con la naturaleza, si no deja de lado su parte espiritual y, del mismo modo que este revelador filósofo, inspirador de grandes almas contemporáneas, emprendió desde lo macro de la naturaleza, el viaje hacia lo aparente micro, el individuo, hacia el centro de su ser, hacia el corazón de sí mismo, Irene nos hace volver la mirada de esos imponentes paisajes hacia nuestro paisaje interior, hacia nuestras conexiones internas, con nosotros mismos, con lo que nos rodea, con la civilización con la que nos relacionamos y del modo que lo hacemos. Y desde ahí trazar con la delgada línea de horizonte un mapa entre razón y emoción.

El horizonte es, al fin y al cabo, un nexo entre cielo y tierra, entre luz y oscuridad, entre finitud e infinito, que convierte en misticismo y conexión espiritual su tratamiento del paisaje, y es que hay algo de meditabundo en el tratamiento del paisaje, hay observación, hay representación de los ciclos, de vida y muerte, de movimiento y letargo, y mucho de tiempos, de ritmos, de encuentros casuales con universos contenidos en pequeñas cosas que nos hacen recordar lo inmenso de lo que nos contiene. Pero sólo cuando traspasamos esa línea del horizonte, cuando ponemos en perspectiva los sucesos trascendemos la experiencia, la emoción y el drama y podemos encontrar el reposo que existe en todas las cosas. La artista representa de forma consciente su forma de ver la realidad, tal como es, sin adornarla ni idealizarla. La observa con cuidado y con respeto y representa la luz sobre cada elemento representado en el paisaje traspasando a transmitirnos también su atmósfera. No busca artificios que la expongan como lo que no es, sino con su bella y contenida vulgaridad, tal y como es el encuentro con lo natural, sin ornamentos.

Otra de las claves de la pintura de Irene es que se ha vuelto claramente silenciosa, se ha convertido en una especie de capilla abierta en la que recogerse y encontrarse con el vacío, sin bullicios, sin ese rastro humano que antes contenía y, con ese silencio, podemos encontrarnos a nosotros mismos, escuchar lo que de verdad tenemos que decir a nosotros mismos, un silencio que nos ayuda a avanzar. Este silencio debe ayudarnos a comprender que el ruido exterior, el que nos ensordece en la civilización en la que estamos, no nos permite actuar con verdadera naturalidad, con nuestra esencia de ser, con nuestra auténtica verdad y es que, como decía John Berger, el silencio no miente. Y es con esta verdad con la que debemos acudir a las pinturas de Irene, con la verdad del silencio, de la ausencia de contaminantes externos que nos indiquen esto o aquello que la artista nos quiere reflejar, pues la verdad sólo está en nosotros mismos. Irene nos invita a reflexionar sobre la naturaleza, con una visión alarmante pero esperanzadora y luminosa, alertándonos de cuidar nuestra casa interior para retomar el cuidado del espacio exterior, y que lo material, lo aparente, carece de sentido si carecemos de lo más básico y así, retomando a Thoreau, recordarnos de qué sirve una casa sino se cuenta con un planeta tolerable donde situarla.


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